Por: Mariana Acevedo
El filósofo Baruj Spinoza dice en la Ética que: “nada hay más útil para el hombre que el hombre; nada, digo, pueden los hombres desear más valioso para conservar su ser, que el que todos concuerden en todo, de suerte que las almas y los cuerpos de todos formen como una sola alma y un solo cuerpo, y que todos se esfuercen, a la vez, cuanto pueden, en conservar su ser y que todos a la vez busquen para sí mismos la utilidad común a todos ellos. De donde se sigue que los hombres, que se rigen por la razón, esto es, los hombres que buscan su utilidad según la guía de la razón, no apetecen nada para sí mismos, que no lo deseen también para los demás, y que, por tanto, son justos, fieles y honestos” – (Ética, IV, 18, esc.).
Al leer este fragmento, que no puede ser más pertinente para el momento político en el que nos encontramos, no puedo pensar sino en la campaña de Gustavo Petro. Hace una semana los partidos que representan la política tradicional más corrupta dieron su apoyo a la campaña de Iván Duque, un gesto que solo decepciona y emite señales de peligro. Por el contrario, la campaña de Petro recibe todos los días ciertas notas de alegría, una unión en el humor, la posibilidad de estar juntos como generación. Una cierta promesa de justicia y de paz nos ilusiona y nos permite imaginar algo diferente a ese discurso beligerante con el que crecimos, el de ese hombre con acento paisa que ha reivindicando en televisión todos los excesos y las injusticias que terminaron en grandes cifras de muertos y desplazados en el territorio nacional.
Lo que surge por estos días es una nueva confianza que supera y rompe el discurso guerrerista y supersticioso del uribismo, una jovialidad que lo elimina y lo desactiva. Nos hemos reunido en una campaña verdaderamente política, una campaña en la que nos hemos convertido en una comunidad. Se puede sentir que es algo que va más allá de un proceso electoral, se trata de millones de personas que buscamos salir de aquella época del rencor y del miedo, entendiendo la importancia de la memoria y el dolor de las víctimas; es por ellas que nos permitimos crear y pensar un país mejor, una comunidad justa y honesta. Sin duda alguna, el imperativo que nos llama a la unión es el de no revictimizar las víctimas, la necesidad de defender el Proceso de Paz para no volver a aquella época de dolor y muerte.
Esto que digo no es ingenuo, hay un realismo político que Gustavo Petro ha entendido perfectamente. No ha caído en las dinámicas que han destruido campañas anteriores, ha sido lo suficientemente cauto para darse cuenta que lo importante y lo que necesita la nueva generación de colombianos es una política de la alegría. Una alegría que consiste en entender que lo más útil para todos es también lo más útil para cada uno; una política de la empatía, en la que se entiende y se acepta el dolor del otro y, juntos, nos prometemos construir algo mejor.
La estrategia está en no caer en peleas, sino en risas. Lo que ha hecho Petro en la última semana provoca saltar, bailar, reír. Nos ha permitido pensar una política diferente a la tradicional; a los jóvenes nos ha hecho sentir, por primera vez, la alegría de un proyecto político. Si se fijan, el problema está en que todavía no sabemos reconocer esa alegría, porque después de los últimos veinte años de conflicto y de discursos belicosos, hay una generación doliente que no entiende las posibilidades del construir en común. Lo que queda por hacer en esta última semana y media de campaña es salir a tomar un café con los que quieran reconsiderar su voto y transmitirles esa alegría. Me parece que no se necesitan tantos razonamientos, creo que solo lo afectivo logrará el triunfo electoral de esta campaña. Solo la alegría y la disposición política de construir en común pueden desactivar el miedo uribista.
Amigos, solo les digo que mi voto es un voto alegre, poderoso, bailador y risueño… Por eso mi voto es por Gustavo Petro.