Por Alejandro Cortés
Hoy quisiera dejar de lado esa larga lista de razones que se pueden traer para decir por qué hay que votar por Petro y Ángela María, que sus propuestas son las más convenientes creo que es algo que ha quedado claro tanto en los debates, como en todas las entrevistas que los candidatos han dado a los medios privados y públicos. Petro ha desmentido, una a una, las afirmaciones difamatorias que hacen sobre él y sobre la forma en la que gobernó Bogotá. Creo que quien quiera buscar las razones las encontrará. Por mi parte, me he preguntado de mil formas cómo hacer para que más gente se convenza de votar por Petro, pues lo del domingo no es el voto por un hombre, es el voto por un movimiento ciudadano que encontró un cause por el cual correr y que ha ido arrancando del suelo la maleza que ha germinado tras años de abandono y desidia en manos de una clase política cruel y violenta que se apropió del Estado para su propio beneficio.
Quisiera contarles una corta historia. Crecí en un barrio en el sur de Bogotá, lejos, lejos. Allí donde el viento va y se devuelve. Mis compañeros de colegio decían que si se asomaban a mi terraza podían ver las piscinas de Villavicencio (casi era así). En lugar de las piscinas de Villavo, yo lo que veía todos los días eran calles sin pavimentar, las montañas y el páramo más grande del mundo, desde mi casa podía ver las montañas que abrían paso al Sumapaz. En ese momento no veía tan claro el abandono; a mi me gustaba mi barrio, era lejos y la red de luz eléctrica dejaba de funcionar si hacía mucho viento; las ventiscas eran violentas, pero yo tenía a mi abuelo que cuando se iba la luz nos cantaba y nos contaba cuentos. Mi abuelo es carpintero, liberal y un trabajador asiduo que se por fortuna se pensionó antes de que la aborrecible ley 100, propuesta por el tenebroso Uribe Vélez, creará los fondos de pensión privados que hoy especulan con el dinero de las pensiones de todos. A pesar de que hoy se gana una pensión de un salario mínimo, esta a duras penas alcanza para tomar los transportes e ir a las citas médicas por las que tiene que pagar cuotas moderadoras, uno de esos efectos de la ley 100 que privatiza el derecho a vivir, pura necropolítica, para decirlo de manera refinada.
Mi abuela siempre ha estado con nosotros en casa, fue una trabajadora incansable, planchó camisas a los ricos y cocinó para ellos, nunca trabajó de interna, eso la hizo un poco más libre, o eso creo yo. Estudió hasta 5º de primaria y le gusta leer. Mi abuela y mi abuelo votan a Peñalosa porque un día fue a la casa en la que vivíamos y, según ellos, fue él quien pavimentó las calles del barrio. Hasta donde recuerdo nunca vi a Peñalosa coger una pala para mover el barro de la calle del barrio que recorrí durante 20 años, pero, como todos los políticos, el actual alcalde se achaca a sí mismos los méritos de otros. Hoy ellos votarán por Petro, lo hicieron en primera vuelta y lo harán en la segunda. Gente común y corriente que ha trabajado y que sabe de sobra que los políticos no cambian el mundo, que son los ciudadanos los que lo hacen.
Mis padres son unos trabajadores incansables, para ellos, como diría Marx, el trabajo dignifica. Mi papá es profesional y mi mamá está terminado su carrera, pero les tardó más de lo que a mi me llevó. Llegaron al barrio por los 70’s cuando Juan Rey parecía la falda del páramo. Ellos y todos mis familiares crecieron, estudiaron, pero nunca imaginaron llegar a la universidad, eso estaba vedado para los que habían nacido en el sur, que, en su mayoría, eran gentes que habían llegado de otros lugares del país a buscar oportunidades o huyendo de la guerra. Yo soy el más afortunado de tenerlos como padres, me han enseñado todo lo que es valioso para la vida. Ellos también han decidido votar por Petro después de que hubiesen votado por Uribe en su primer mandato. Mi padre me habló del peligro que representa el uribismo es contundente y yo siempre he sabido que mi papá me escucha y me habla, con sabiduría, de maneras muy silenciosas.
Yo crecí en Juan Rey. Como las calles de mi barrio no eran pavimentadas cuando llovía tenía que ponerme bolsas en los zapatos para ir al colegio pues el coordinador creía que verse bien era sinónimo de buena educación, barro y agua no eran una buena combinación para la etiqueta. Aunque nos faltaron algunas cosas, nunca fuimos una familia desventurada. Todos los días teníamos que tomar un bus a las 5:30 am para llegar al colegio, mi papá me llevó todos los días al colegio hasta que me gradué. Los barrios del sur eran peligrosos y siempre quienes sufríamos las consecuencias de la desigualdad éramos los estudiantes de colegio, indefensos, ingenuos, débiles. El colegio en el que estudié pasó sin pena ni gloria por mi formación, encontré dos profesores que me hicieron cambiar de perspectiva, mi profesor de química y mi profesor de literatura; de ellos aprendí lecciones valiosas y fueron los primeros que me animaron a ir a la universidad. Muchos en ese colegio soñábamos con ir a la universidad, pero todos teníamos condiciones distintas. Algunos fuimos a universidades públicas, otros a universidades privadas lo que representaba un lujo para los ingresos que percibían nuestros padres. Sé lo difícil que resulta acceder a la universidad hoy en Colombia, por ello las propuestas de Petro y Ángela María no me parecen ni demagógicas, ni populistas, lo que ellos representan es el sentido común de un Estado que vela por sus ciudadanos.
Fui a la universidad pública, pero por múltiples circunstancias — entre ellas los efectos de la “seguridad democrática” —, cambié a la más barata de las universidades privadas que enseñaba filosofía. El semestre costaba 1.500.000, una suma que a muchos les parece irrisoria, pero que en ese momento representaba un gran esfuerzo para mi familia. Pagar toda la matrícula era imposible así que accedí a un crédito del ICETEX que aun estoy pagando. Luego de estudiar ese pregrado logré hacer una maestría becado en la universidad más costosa del país, en donde ahora curso mi doctorado también subsidiado. Me han dicho insistentemente que son mis logros, que son cosas que me he peleado, que me lo he ganado a pulso, pero, para serles sincero, a mi esa retórica de todo esto es mío y nadie me ha colaborado riñe con lo que he querido asumir como apuesta política. Yo no hubiese logrado estos estudios sin la familia trabajadora que estuvo todo el tiempo animándome, sin todos esos conciudadanos que se levantan a las 4:00 am a lucharse el pan, sin la comunidad de amigos que he acompañado durante estos años, sin mis profesores, sin mis compañeros en los procesos sociales.
Soy plenamente consciente de que las excepciones crean exclusiones y que en el mundo de hoy para que algunos estudien otros deben ocupar lugares de subordinación y precariedad, estudié y trabajé al mismo tiempo en jornadas larguísimas, por eso nunca voy a creer que fui una excepcionalidad. Si algo he aprendido durante todos estos años de formación es que hay un modelo económico que le impide a las mayorías acceder a derechos fundamentales y que bajo la retórica del mérito estos se presentan como privilegios, se lo enseño a mis estudiantes, lo discuto con mis colegas; estudiar es un derecho y el derecho a tener derechos no se negocia con préstamos. ¡Por eso mi voto está con Petro y Ángela María!
Todos los días procuro que nunca se me olvide de donde vengo, nunca se me olvida que mis padres tardaron cerca de 30 años para poder acceder a su derecho a la educación universitaria, nunca se me olvida que vivimos en un barrio donde la gente tenía pocas oportunidades, nunca olvidaré que a muchos de los vecinos del barrio les tocaron otras vías distintas porque las oportunidades se fueron cerrando, pues el tiempo es más implacable con los que menos tienen. Una historia como la mía es una historia como la de muchos colombianos, hijos e hijas de gente trabajadora, de gente humilde que se rompe el lomo todos los días por vivir un poco mejor. Y aunque muchos de ellos sean uribistas, sé que se levanta una marea que quiere cambiar esto. Somos nosotros, los que andamos en bus, los que estamos endeudados guerreándonos la vida, los que tenemos crédito en el Icetex, los que hemos encontrado un cauce en la candidatura de Gustavo Petro y Ángela María; los que tenemos un sueño. He vibrado de alegría con todos ustedes en la plaza y les pido que, si se identifican con estas palabras, el domingo salgan con la mayor de las esperanzas a votar para que el río ciudadano nos permita construir un mejor país. El país que nos merecemos los de a pie, los que no andamos en camionetas blindadas creyéndonos mejor que el resto de la humanidad. Nuestro voto puede hacer historia el domingo, pues es el voto de la ciudadanía libre contra el poder oligárquico y mafioso.
¡Mi nombre es Alejandro Cortés Ramírez y quiero que Gustavo Petro sea nuestro presidente!